Luego de una intensa búsqueda por internet, por fin pude encontrar una agencia de turismo (DESPEGAR) que me garantizó trasladarme desde Bogotá a Barcelona por un precio que se ajustaba a mi presupuesto. Escasa en información, lo que la agencia no me garantizó fue la llegada de mis dos maletas.
El viaje fue con escalas en Caracas y París y el primer tramo, Bogotá-Caracas - se hizo el 23 de junio en el vuelo 080 de Avianca - no tuvo contratiempos, pero al llegar al aeropuerto Simón Bolívar, debido a una congestión, hubo que esperar en la pista cerca de 40 minutos para descender del avión, lo que retardó el abordaje del vuelo de Air France que nos llevaría a mi esposa y a mí a París. El aeropuerto de Maiquetía, ciudad en la que está ubicado el aeropuerto, carece de una adecuada señalización, lo que dificulta encontrar el punto hacia donde uno se dirige ya que se llega a base de preguntarle a cuanta persona se encuentra uno en el camino. Un extenso corredor sin ningún aviso ni señal y sin nadie transitando por el mismo, excepto nosotros dos, dificultó la cosa.
Todo lo contrario al Simón Bolívar de Caracas, es el aeropuerto Charles de Gaulle, de París, que se llega a cualquier lugar, siguiendo una completa y visible señalización, por lo que el viajero, escasamente tiene la necesidad de preguntar. El moderno edificio dispone de todas las comodidades y ayudas posibles en sus amplios y largos corredores en los que transitan apresurados gentes de todo el mundo. Una chica de la Asociación de Sordomudos de Francia nos espera a la salida del muelle de llegada al aeropuerto, con una amplia y generosa sonrisa y a la espera de una contribución. Era la primera “vacuna” que un tercermundista como yo “pagaba” en suelo europeo, pero me hizo sentir bien. Nada tiene que ver la joven sordomuda francesa con el sistema financiero internacional, ni con la economía mundial ni con la política exterior del gobierno francés. El orden, el aseo, la señalización y la atención dispensada en el CDG, distan mucho de lo encontrado en los aeropuertos Simón Bolívar, de Caracas y de El Dorado, de Bogotá.
A Barcelona llegué el día 24 de junio a las 2 y 35 p.m., tal como esta previsto, procedente de París en el vuelo de Air France AF 1648. El nuevo aeropuerto de Barcelona (El Prat) sorprende también por su modernidad y está casi a la misma altura en todos los órdenes, pero en contraste con el CDG, el Prat maneja con más mucho más comodidad los miles de personas que llegan, pero hay que señalar que no sólo está casi a la misma altura. Sino que las personas se movilizan de un lugar a otro con mayor amplitud y la llegada a la zona de equipaje se hace con mucho mayor facilidad y rapidez. Bien por Barcelona y por la amplia y amplia Ronda (De Dalt) que une al aeropuerto con el nudo de la Trinidad, situado a la pura entrada de Barcelona. Sin ningún contratiempo se llega a las muchas correas transportadoras de equipajes.
Llegar a ellas no es problema y localizar la ruta, tampoco, el problema radica en que usted no está seguro si su equipaje llegó, tal como me pasó a mí. Entre desilusionado y preocupado por la falta de mi equipaje ni el de Virginia, nos dirigimos a la salida, también sin ninguna dificultad, pero al llegar me encuentro con las caras desbordantes de alegría de Roberto, mi hijo, y de mis dos nietos españoles: Mateo y Daniela, igual que con la de Josep, un viejo amigo barcelonés de pura cepa, quien me ha prometido hablarme y acompañarme a recorrer la ciudad. Eso me hace olvidar por un momento la périida de mi equipaje , aunque estoy confiado en que aparecerán. Ojalá sea así.